A partir de ahora mismo, todos los espacios materiales, inmateriales y mentales que dependen directamente de mí –y también los que dependen indirectamente, en la medida de lo posible–, desde mi casa, el aire y la luz que penetran en ella, hasta una ocasional habitación en un hotelito o una mesa en un bar, etcétera, quedan declarados Zona desnavidizada para siempre.

Al mismo tiempo, estos espacios permanecerán abiertos en todo momento a otras personas que hayan tomado determinaciones parecidas o que, en calidad de refugiados, huyan de zonas donde no se haya implantado un proceso semejante.